Llegué a Bali con una mezcla de ansiedad y emoción. Llevaba años soñando con surfear en Uluwatu, ese spot legendario que aparece en tantas películas, revistas y relatos. Sabía que no era una ola para cualquiera, pero también sabía que tenía que intentarlo.
Mi primer día lo pasé caminando por la zona, bajando las escaleras de piedra entre tiendas y warungs, sintiendo cómo cada paso me acercaba a ese templo de surf del que tanto había oído hablar. Ver la ola desde arriba ya impone: rápida, hueca, perfecta. Y a la vez, implacable.
🌊 La bajada al reef
Entrar al agua en Uluwatu no es simplemente meterte al mar. Es toda una ceremonia. Hay que esperar la marea adecuada, observar bien los canales y saber cuándo remar. Un local me dio un par de consejos, y me deseó suerte con una sonrisa que decía más de lo que parecía.
La remada no fue larga, pero sí intensa. Cada metro me alejaba de la seguridad de la tierra y me acercaba al line-up, donde los verdaderos riders se posicionaban con mirada fija y decisión.
🏄♀️ La primera ola
No me lancé en la primera serie. Ni en la segunda. Observé, respiré hondo y esperé la ola correcta. Cuando llegó, remé con todo lo que tenía. Sentí cómo la tabla se deslizaba, me levanté y de repente, el mundo se detuvo: la pared se formó, la línea se abrió, y estaba dentro.
Fue un tubo corto, pero intenso. Todo se volvió silencio y velocidad. Salí con una carcajada nerviosa y una mezcla de euforia y alivio que todavía recuerdo con la piel de gallina.
🧘♂️ Respeto por el spot
Uluwatu no es solo una ola. Es un espacio sagrado. Literal y simbólicamente. Está debajo de un templo, y surfear ahí se siente como entrar en un lugar con energía propia. Hay jerarquías, códigos y una historia que se respira en el ambiente.
Vi surfistas locales que domaban las secciones con una elegancia brutal. Vi wipeouts que me hicieron pensar dos veces antes de remar de nuevo. Y vi turistas desubicados que no entendían dónde estaban.
🌅 Cerveza y reflexión al atardecer
Cuando salí del agua, me senté en el acantilado con una Bintang fría. El sol bajaba y pintaba el line-up de naranja. Sentí gratitud. Por el mar, por estar sano, por poder estar ahí. Por haber cumplido un sueño que no era solo deportivo: era espiritual.
Uluwatu me enseñó que el surf no se mide en maniobras, sino en momentos. En respeto. En silencio interior. Y en saber cuándo entrar… y cuándo mirar desde la orilla.
Si alguna vez soñaste con surfear en Bali, pon a Uluwatu en tu lista. No vayas solo por la ola. Ve por la experiencia. Ve con respeto. Y prepárate para que el océano te dé una lección que va más allá del surf.
🌴 Porque en Indonesia, algunas olas no se olvidan. Se viven.